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miércoles, 12 de junio de 2013

Era una tarde de invierano.
El verano se resistía a llegar. Los rayos de sol regalaban calidez con su roce, pero a medida que caía la tarde, el aire frío que corría se encargaba de arrebatarte todo atisbo de calor, obligándote a arrebujarte en tu chaqueta.

Una azotea con pufs, con un escenario y unos cuantos "vips" repartidos por el lugar, pero no me importaban, ni eran más especiales que quien se sentada a mi vera. Una oportunidad única y exclusiva traída en bandeja de plata y servida con reverencias.
Una hora en otra parte del mundo. En una parte en la que las preocupaciones, problemas y desgracias no pueden alcanzarte. Una hora evadida a la negrura. Una hora queriendo buscar tus manos y tus labios, ocupados con una cámara y concentración respectivamente, y conteniéndose.

Una canción de amor en nuestra lengua nativa que suena a foránea en labios de una extranjera. Una cadencia líquida como la melaza. Una música que nos acoge en su seno y hace latir al unísono los corazones. Se desliza suavemente entre melodías y compases y yo me deslizo entre ellos buscándote desesperadamente. Necesito encontrar tus labios para desfogar mi corazón de tan grande es lo que siento. No cuido ya de miradas ajenas, pues en ese preciso instante necesito rozar tus labios, necesito que sepas que, pese a ser una de tantas canciones que desconozco, me ha llegado al corazón. Mejor dicho, que me has llegado al corazón.

Necesito ese instante para tenerlo grabado a fuego en mi memoria. Para que sea mi consuelo en mis momentos flacos. Para que sepas cuantísimo te quiero. Para tenerlo, siempre que pierda el norte, como brújula.
Encuentro tus labios de soslayo, tu frente apoyada en mi cuello y en ese preciso momento, noto que hemos escapado a la vida. Porque aquí no nos alcanza.