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jueves, 20 de febrero de 2014

Sincorazón (V): «Vendetta»

Si no has leído los capítulos anteriores: aquí te dejo el primer capítulo, el segundo, el tercero y el cuarto.


Quisiera poder decirle algo a Julio cuando me pregunta por ti, pero no sé qué decirle, ni qué le habrán dicho de por sí en el colegio. Tiene llantinas constantes, se enrabieta, patalea, y yo le envidio. Tan solo expresa lo que yo siento. Intento ser fuerte por y para él, pero es tan difícil no romper a llorar… Mariam y Aleix hacen lo que pueden, pero Julio echa de menos a su madre. Y yo te echo tanto de menos… Nuestras tardes viendo películas en la televisión del salón y con una manta por encima, nuestras cenas con un albariño, nuestros turnos para cocinar, nuestras caricias a cualquier hora del día y de la noche... Nuestra felicidad. Quisiera poder hacer algo. Tanto Julio como Ágora me mantienen ocupada y yo me ocupo de que así sea. No quiero volcarme en una botella de whisky o en humos de marihuana. No puedo privar a Julio de su madre, no le puedo hacer eso. Bastante le han arrebatado ya a su joven mente. Me sigue preguntando por ti, mis titubeantes explicaciones sobre la muerte no le convencen. Al menos puedo articular tu nombre sin llorar acto seguido.
Los periódicos siguen llamando, aunque no entiendo por qué. Bueno, por desgracia, sí que lo entiendo; he sido primera plana en internet y en los periódicos postrada ante un ataúd. No todos los días hay un suceso tan jugoso que involucre a una bloguera conocida. Todos quieren pescar en el río revuelto, pero nadie ha extendido sus redes más allá de mi familia. Tiene que haber mucha más verdad ahí fuera que averiguar, empezando por la identidad de esos desgraciados que te arrebataron la vida. ¿Y de verdad tienen el valor de hacerse llamar periodistas…?

BRRRRZZZZZT. BRRRRZZZZZZTT. Empezó a vibrar el móvil sobre la mesa de la cocina.  
—¿Sí?
—Hola, buenas, llamamos del periódico NuevoMundo, estamos haciendo un reportaje [bla, bla, bla] ¿podemos usar fotos, convenientemente retocadas para ocultarle, del hijo de la señorita Suances?
—No, no pueden sacar imágenes de Julio. Y él también es mi hijo.
—Aham… comprendo. ¿Y suyas?
—No, tampoco pueden usar fotos mías para ilustrar la noticia. ¿Acaso no se ha visto mi cara ya bastante en televisión…?
—[…] Permítame una última pregunta.
—Adelante ―dije con tono neutro― mientras me preguntaba por dónde me iba a salir.
—¿Es cierto que usted tuvo algo que ver con la muerte de la señorita Suances?
—¿¡Pero qué se ha creído, pedazo de capullo!? ¿Cree que puede llamar y acusarme así, en mi cara? ¡Cómo vuelva a llamar, o publique una infamia, lo denuncio!

          Apuñalé la tecla de colgar y tiré el móvil al sofá. Se van a enterar. Tan prestos para rebuscar en la basura del pasado y tan indignos para rebuscar en la basura de los que me habían arrancado al amor de mi vida. Antes que bloguera, fui y soy periodista. Hurgar en las heridas es parte de los requisitos de esta profesión. Si ni la policía ni los supuestos “medios de comunicación” lo hacían, lo iba a hacer yo. Se había acabado el aguardar noticias de brazos cruzados. Iba a salir a buscar la verdad, con ayuda de la policía o sin ella. Iba a buscar a los culpables, ya que a nadie más parecía interesarle encontrarlos. Aunque fuera lo último que hiciera, iba a averiguar quién estaba detrás de tu muerte y por qué no se investigaba nada al respecto. Mejor aún. Voy a eviscerar a esos cerdos.  


Vendetta.


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